Cooperar: Hacer algo para que junto a la acción o el esfuerzo de otras personas se consiga un determinado resultado.
¿Por qué Perú, una economía emergente de Sudamérica, ha recibido y sigue recibiendo muchos más fondos de la cooperación internacional que Sudán, uno de los países más empobrecidos del Planeta? ¿Por qué las empresas multinacionales tiene grandes fundaciones y/o Departamentos de RSC para “fortalecer” el desarrollo de los países donde tiene presencia a la vez que sus propias prácticas comerciales son las responsables del empobrecimiento de dichos países? ¿Por qué la mayor parte de las ONGS, supuestamente “no gubernamentales” se financian en un alto porcentaje con fondos públicos (y en qué medida les condiciona)? ¿Cuál es el impacto real de la Cooperación internacional al Desarrollo? ¿Qué sentido tiene seguir destinando fondos y desarrollar políticas de cooperación en el contexto de crisis que vive Europa y España en particular? ¿Qué sentido tenía, que los Municipios, las Comunidades, las Diputaciones, la AECID ….. tuvieran su “propios” planes y fondos de cooperación? ¿Cuál es el precio que pagan los países receptores de la cooperación? ¿Se miden los efectos colaterales negativos? ¿Qué impacto puede tener una “ONG” tan pequeña como Sinfín? ¿Cuándo doy dinero a una ONG, ese dinero llega realmente a las personas? ¿Por qué es tan “complicado” hacer un voluntariado, si yo lo que quiero “es ayudar” y “estoy dispuesto a dar mi tiempo a los demás gratuitamente”? Y en definitiva ¿Por qué existe la cooperación internacional y para qué sirve realmente?
Cualquier persona, independientemente de su relación con el mundo de la cooperación, se habrá planteado algunas de estas cuestiones (u otras de similares características) en algún momento de su vida. Pero lo más curioso, es que cuando más conoces este mundo más preguntas te haces y más crítico y analítico eres con la cooperación y contigo mismo como partícipe de dicho mundo.
Incluso en un mundo tan complejo y “opinable” como este hay hechos que son indiscutibles. Señalaremos dos solamente, uno en relación a sus objetivos y otro a su impacto.
La cooperación internacional al desarrollo (en el sentido “aceptado” de la palabra) nace después de la 2 Guerra Mundial con el objetivo de que las potencias mantengan o amplíen su ámbito de influencia fuera de sus fronteras, y con un objetivo claramente político y económico muy por encima del sentido “altruista” de la cooperación. Este objetivo sigue siendo primordial en las políticas de cooperación internacional (públicas y privadas) de los países en vías de desarrollo y explica algunas de las preguntas que nos hacíamos al principio.
Las ONGs, con honrosas excepciones, participan de dichas políticas de cooperación y condicionan sus actuaciones (a nivel geográfico y sectorial) en función de ser mucho más dependientes de la financiación pública y empresarial que de su masa social.
Cualquier análisis serio y riguroso del impacto real de la cooperación internacional en los últimos 50 años, arrojará en términos “macro” un balance desolador. El desarrollo económico (sería otro debate, que se entiende por “desarrollo económico”) de Perú (por poner de ejemplo uno de los países que ha recibido mayores fondos de cooperación internacional) no se relaciona en absoluto con los fondos de Cooperación, sino con el desarrollo de una actividad extractiva agresiva y cortoplacista que no se ha visto correspondida con una disminución real de la brecha de pobreza entre su población, ni con el desarrollo de las zonas de sierra y selva que siguen presentando los mayores índices de pobreza y extrema pobreza del país; circunstancia que tampoco ha conseguido impedir la cooperación internacional. Más dramático es el caso de determinados países africanos, que han recibido miles de millones de fondos de cooperación sin ningún impacto real a largo plazo.
La utilización de los mismos fondos, a través de políticas internas de desarrollo del país de un eje especifico, posiblemente habrían tenido un impacto mucho mayor que el conjunto de políticas dispersas y discontinuas que supone, en muchos casos, la cooperación internacional que amalgama un conjunto de intereses totalmente heterogéneos.
También se puede realizar un análisis comparativo con otro “sub-sector económico”, en el que se consumen una serie de recursos, se emplean recursos humanos y se producen bienes y/o servicios. Un subsector que ayuda al crecimiento de la economía, tanto en los países de origen como en los receptores. Por ejemplo el sub-sector textil, el automovilístico, el pesquero, etc. Entonces la comparativa, a nivel de impacto, es brutal y totalmente favorable (en términos sociales) a la “cooperación”. A nivel “general” un euro gastado en unas zapatillas tiene un impacto mucho más negativo, en todos los sentidos, que un euro donado a una ONG y lo mismo ocurre con cada euro que nos gastamos en comida, en gasolina, en iphone, etc. Con ese euro, estamos participando en mayor medida en la explotación de los recursos naturales (y humanos) de terceros países y del nuestro, las desigualdades sociales, la corrupción, etc. que son fruto y consecuencia del modelo económico y geopolítico en el que vivimos.
Desde este punto de vista, además de preguntarnos que “impacto real” tiene el mundo de la cooperación (o el euro que donamos a una ONG) , también deberíamos de preguntarnos que impacto real tiene el resto de sectores y, en lo particular, el resto de actos que realizamos como consumidores y trabajadores. Y en ese sentido, ojalá otros sub-sectores fueran tan autocríticos como el mundo de la cooperación internacional y muchos de los que trabajamos en él.
Es evidente, como nos demuestra la experiencia, que la Cooperación Internacional y las ONGs no van a “cambiar el mundo”, puesto que la esencia de las injusticias y las desigualdades está en el propio modelo de Desarrollo humano que “hemos elegido” y del que la Cooperación, queramos o no, forma parte y, en cierta manera, contribuye y consolida. Pero también es indiscutible que ha habido impacto positivo muy importante, en millones de vidas, gracias a la Cooperación Internacional. Que millones de personas consumen agua potable, tienen servicio sanitario, han accedido a la educación, se ha producido un desarrollo micro-empresarial, han logrado sus derechos civiles, etc etc gracias a la labor y al esfuerzo de las personas que trabajan en el sector y a los que apoyan con su dinero a dichas organizaciones.
En Sinfín, consideramos que lo importante es el concepto de “ciudadanía crítica y responsable” en todos los ámbitos de la vida. Que pensemos que cualquier acto que realizamos tiene un impacto indirectamente en el resto del mundo, que seamos críticos y responsables a la hora de consumir, de trabajar, de desplazarnos, de relacionarnos, de informarnos, de participar en la política y en la sociedad civil, ……….. y por supuesto de cooperar. Del conjunto de millones y millones de conductas depende el mundo del mañana, el mundo en el que vivimos no es inmutable y no viene “sobrevenido” sino que lo hemos creado, como seres humanos, a lo largo de miles de años de existencia. Y cada día, sin ser conscientes, de ello lo estamos modificando y creando el mundo del futuro.
No todas las ONGs son iguales, como no todos las empresas son iguales. Hay que ser crítico y exigente a la hora de cooperar y a la hora de consumir, asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos.
El mundo de la cooperación está en una encrucijada y debe reconstruirse y repensarse, se ha demostrado que no ha sido efectivo, que no ha alcanzado los objetivos que supuestamente buscaba. Pero la autentica contradicción es que formaba parte de la “raíz del problema” y por tanto no podía ser la solución, como una medicina que alivia los síntomas pero no cura la enfermedad.
En Sinfín también estamos en la encrucijada de repensarnos y de cambiar la perspectiva, para ser capaces de ser coherentes con lo que pretendíamos ser y que no hemos sido capaces de lograr hasta ahora.